¿ES EL HOMBRE UN SER LIBRE?. V Domingo del tiempo ordinario Ciclo B. (Reeditado)

 ¿ES EL HOMBRE UN SER LIBRE?

 


Resuenan las palabras de los profetas, la voluntad del Señor para con su criatura el hombre, esto nos llena de incertidumbre, de temor, de inseguridad. El profeta Job se contempla así mismo como un ser débil, a merced de la suerte o de un destino incierto, nuestra vida es como la de un jornalero que espera su salario, pero que en su hacer diario descubre el dolor, el sufrimiento, y por qué no, también la injusticia de la propia vida.

Nuestra vida se consume sin remedio, tras la noche viene el día, y así de nuevo la noche, y nos preguntamos ¿hasta cuándo? ¿Cuándo cobrará sentido el absurdo existir del hombre? Es como un canto a la desesperanza, a la pena, y a la búsqueda muchas veces de no se sabe qué. La vida como un soplo, como un ayer que ya paso, y que nuestros ojos torpes no alcanzan ver.

Sin Dios, sin verdad, sin sabiduría, así es el absurdo para el incrédulo, para aquel que se cree fruto del azar y de la casualidad, pero no, la vida del hombre es mucho más grandiosa, pero para que esto sea así, no debe alejarse nunca del Creador, del Alfarero que con sus manos modela el Universo y da sentido, y coloca al ser humano en el mundo y en su sitio.

Y como San Pablo, se encuentra el hombre en la obligación del Anuncio, de predicar el Evangelio, no es una devoción, es encontrar su lugar y su misión, al igual que todos nosotros somos misioneros por la verdad, porque nadie quiere vivir su existencia como una mentira, como un vivir absurdo carente de sentido, por ello Pablo se pone en manos de la misión que el Señor le tiene encomendada.

Se lamenta Pablo de no poder cumplir su misión de predicar el Evangelio, porque su existencia carecería de sentido, es más, matiza que no es iniciativa suya, y que el mérito no es de él, porque su fortaleza es el Señor.

Pablo, siendo libre se hace esclavo por todos, porque la vocación es una invitación, que libremente optamos en aceptar renunciando a nosotros mismos y a nuestros propios deseos. Se hace débil con los débiles, en entrega y en verdad.

Jesús viene a curar nuestras heridas, nuestras enfermedades, nuestras incredulidades, nuestra desesperanza, nuestra torpeza, viene al igual que fue a los discípulos, que a pesar de su debilidad, confió en ellos, para que Él fuera su fortaleza. Al igual que curo a la suegra de Pedro, dejo su lecho y se puso a servirles, dejo el inmovilismo y el dolor y se puso a la acción.

Jesús expulsa los demonios, descubre al pecado y nos lo pone ante nuestros ojos para que no estemos engañados, para que realmente podamos ser libres y encontremos nuestro sentido de vivir y de existir.

Javier Abad Chismol

 


 

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