LA PECADORA Semana XI Tiempo Ordinario (C)

PECADO Y PERDÓN



Plantearse el perdón hoy en día es ambiguo, y lo es porque no está claro el significado de pecado, y por este motivo nos invade el relativismo de la ambigüedad del pecado, es decir, de lo que está bien o está mal. Ese mal salpica a nuestro mundo, pero también a los cristianos, creando un creyente no practicante, que presume que esa actitud es más evolucionada que aquel que se esfuerza en cumplir preceptos.
Cuando católicos, o que dicen serlos, quieren jugar a ser progresistas para justificar que todo puede estar bien, y que si no es así, se es un antiguo o un involucionado es entonces cuando se puede caer en a la tentación de buscar un pacto con el pecado y con lo inmoral aun diciendo creer.
Por ello lo primero para alcanzar el perdón es cumplir la Ley de Dios, y reconocer la culpa, cuando se reconoce la infidelidad y el alejamiento es cuando empieza la conversión.
Para poder llevar a esto a término hace falta una buena dosis de humildad y de servicio, como la mujer pecadora que se puso a los pies del Señor, y le enjugo los pies con un perfume caro que es el valor de la sencillez, junto a las lágrimas de la pena y del amor, ese es el camino que nos puede llevar a la redención copiosa de nuestras faltas y entonces merecer el perdón de Dios, no con nuestros méritos, sino por la grandeza de las maravillas que el Señor obra en cada uno de nosotros.
No nos justifica nuestra fuerza ni nuestros méritos, propios de la creencia del hipócrita y el cumplidor de ley, la Ley verdadera libera al hombre, no por cumplimiento obligado, sino por salvación plena del amor en Cristo que nos lleva de la muerte a la vida y a la resurrección.
Si nuestro arrepentimiento es sincero se dará en nosotros la gracia de la conversión, de girar el rostro al mundo para poder agradar a Dios con un corazón sincero que es lo que en definitiva ama el Señor.

Javier Abad Chismol

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