JAVIER ABAD CHISMOL
TIENES UNA INVITACIÓN
EDICEP C.B. (2008)
EN EL DESIERTO DE TU CORAZÓN-II
¿Y dónde quiero llegar con todo esto? es muy sencillo seguramente habrá personas que cuando cogen un libro que trata de la vocación lo relacionan enseguida con la vida consagrada, y lo primero que piensan es que eso no va con ellos, porque no se sienten llamados a ese tipo de vida y, en ese momento, su grado de compromiso baja completamente. La vocación se convierte en algo de curas y monjas y por lo tanto elimino de mi vida muchos elementos que pienso que para mi ya no son necesarios. Eso es completamente falso, y es una manera de engañarse para no comprometerse y así poder vivir a un doble juego, el de “mi vida” por un lado y la de “Dios” por otro, esa es una de las grandes tentaciones del laico. Dios llama a todo hombre a una opción por el Reino[1].
Muchas personas viven con tortura una posible llamada a la vida religiosa y se convierte en una verdadero sufrimiento y en el momento vencen a esa llamada, respiran tranquilos, es afirmar con una voz baja y tranquila “¡Por fin Dios me ha dejado tranquilo!” Es una mentira y un engaño. Si tu llamada era auténtica tu llamada permanecerá contigo hasta el final de tus días, ahora si la llamada era un engaño de tu entorno o circunstancial tu llamada cambiará de matiz pero no por ello desaparece. Y lo repito, no hay un solo hombre en la faz de la tierra al que Dios no llame, Dios quiere que todos los hombres se salven y sean dichosos cumpliendo la llamada a la vocación del amor[2]que es nuestra vocación universal.
Quizás he dado demasiadas pinceladas que más adelante matizaré, pero he visto necesario apuntar una serie de ideas para centrar al lector, para que se haga una idea por qué derroteros va el escrito que tiene delante. Busco lo que buscamos todos, es decir, dar sentido a nuestra vida, encontrar la vocación a la que cada uno de nosotros somos llamados, y seguramente para llegar hasta ese punto hay que eliminar muchos tópicos, fantasmas y conceptos erróneos, que pueden hacer que no nos impliquemos, por desconocimiento o por una mala interpretación de lo que son las cosas, para acudir al desierto hay que saber lo que significa, y ese encuentro es necesario para ponerse en movimiento en la dirección correcta y no caminar ciegos o engañados por una venda que mis prejuicios me han puesto en los ojos.
En el silencio una fuerza nos arrastrará al desierto, a la soledad, y surgirá en nuestro interior muchas cuestiones referentes a nuestro sentido y existir en el mundo. Recuerdo cuando un día paseando por la playa, un día soleado de otoño…
Recuerdo como sentí esta sensación de que Dios venía a mi encuentro, no era una sensación nueva, pero algo estaba haciendo que mi corazón se agitará y se inquietara, Dios se estaba dirigiendo a mi corazón, estaba llamando a mi puerta, me estaba susurrando al oído un mensaje, me estaba llamando por mi nombre[3], me invitaba a seguirle, a dejar la playa y todas las redes. Yo no quise escuchar, no me gustaba, me inquietaba, e incluso mi corazón latía más fuerte, pero ¿qué quería Dios de mí? No lo sabía, y lo que podía intuir, no lo quería ni escuchar.
Tenía 20 años y muchos proyectos que realizar, estaba trabajando, tenía suficiente dinero, tenía un buen coche, estaba empezando a salir con una chica, y ¿qué quería Dios de mí? Me invitaba a un camino de renuncia que yo no estaba dispuesto a realizar en ese momento. En aquel momento Dios me estorbaba, no entendía lo que me quería decir, pero es que la verdad no lo quería entender. Yo quería ser un buen cristiano a mi manera, poniendo las condiciones de dicho contrato.
Esa llamada al desierto de mi corazón se ha ido sucediendo a lo largo de mi vida, Dios nunca hizo caso de mi desprecio, de decirle un sí con boca pequeña, un seguirlo a mi manera. Pero algo dentro de mí se retorcía cuando yo me negaba a escuchar, no quería oír la invitación de Dios, no quería oírla porque no me gustaba, yo quería responder a mi modo. Pero supongo que este tema ya habrá tiempo de retomarlo más adelante, ahora conviene centrarse en la llamada al recogimiento, al desierto, al encuentro personal con nuestro Padre.
Ese desierto es fruto del amor tan grande que Dios nos tiene a cada uno de nosotros, no huyamos de ese desierto, no pretendamos escaparnos, no vale la pena huir del amor, del amor no hay que huir, al contrario, al amor hay que ir cara a cara. Dios no quiere nada malo para nosotros, nada más lejos lo que quiere es que seamos realmente seres felices y llenos de plenitud, es el principal objetivo por el cual Dios nos lleva al desierto, para seducirnos, para enamorarnos con un amor que lo abarca todo y que será capaz de desbordar todo nuestro ser. Un amor que repercute en todos nuestro hermanos. De la soledad del desierto surge la unidad y la verdadera fraternidad de todos los hijos de Dios.
Que no nos de miedo el desierto de nuestra soledad porque en realidad es el encuentro con la posibilidad de no estar solos nunca más, a partir de mi desierto empieza mi verdadera vida, la vida de verdad y sin trampas[4].
[1] C. f. Jn 7, 37-38; C. f. Ef 3, 3-6; [2] C. f. Jn 15, 17; C. f. I Jn 3, 22-24; [3] C. f. Homilía de Su Santidad Benedicto XVI. Solemnidad de La Anunciación del Señor. Plaza de San Pedro. Sábado 25 de Marzo de 2006, párrafo 3: "Alégrate, llena de gracia" (cf. Sermo 291, 6). De hecho, el ángel, "entrando en su presencia", no la llama por su nombre terreno, María, sino por su nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde siempre: "Llena de gracia (gratia plena)"; [4] C. f. Dt 2, 7
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