TIENES UNA INVITACIÓN. INQUIETUD-III (2008)

 

TIENES UNA INVITACIÓN. INQUIETUD-III (2008)

 

JAVIER ABAD CHISMOL

TIENES UNA INVITACIÓN

EDICEP  C.B. (2008)

 INQUIETUD-III



                Es esa la llamada a dejar lo que se está haciendo y que nos invita a iniciar la marcha. Un esfuerzo que nos pide que abandonemos nuestra comodidad, nuestra quietud para emprender la ruta. Es dejar nuestro proyecto personal por el seguimiento de Jesús, hacer caso a esa invitación cuando pasa por nuestro lado en la orilla de la playa.

      Un movimiento que nos hace dejar las redes y las barcas, es decir, nuestros apegos y ataduras, todo aquello que no nos deja ser auténticamente libres para poder decir un Sí valiente y decidido. Algo que es difícil y costoso y que solo se supera con una fuerte experiencia de Dios que se basa en el amor.

      Un primer paso es caer en la cuenta y despertar de nuestro profundo letargo, salir de un estado apático y sin sentido. En definitiva pasar de consumir vida a vivir vida en plenitud[1]. Esa es la invitación que se nos propone, no es un suicidio, no es un absurdo, al contrario, se trata de aprender a vivir la vida caminando en la dirección correcta. Es saber que vamos con el mejor guía[2], que es compañero y amigo y lo que quiere es que lleguemos al mejor puerto. Por lo tanto no debe importarnos ponernos en movimiento, aunque tengamos miedos y temores. El hombre es inseguro y si me apuras es cojo, tuerto y manco, si andamos solos tropezamos y caemos. El hombre no es un ser autosuficiente, necesitamos de Dios, aunque nos quieran vender que el hombre no lo necesita, Dios no ha muerto para pena de muchos filósofos y contemporáneos, lo que sucede es que no lo quieren ver, porque Dios molesta, estorba para lo que ellos consideran el desarrollo óptimo del ser humano.

     Y en un reconocimiento de humildad y sencillez el hombre debe ponerse  ante  Dios  con  amor,  respeto  y  confianza.  La  vocación  es una invitación limpia y sincera para que el hombre alcance su mayor plenitud[3] y así cobre sentido todo aquello que nos acontece. No creer en Dios es como ponerse una venda en los ojos pensando que así ya no lo vemos y por lo tanto no está, y si Él no está ya no me molesta. Y digo me molesta porque nos cuesta un gran esfuerzo levantarnos del sillón para emprender la marcha de cogernos a nosotros mismos y ponernos en movimiento con confianza.

      Y ya no tan solo ese movimiento físico que se produce al andar, una inquietud que nace y se produce desde el mismo corazón del hombre, Dios no viene de fuera, Dios se encuentra dentro de nosotros mismos[4] y aunque queramos huir de Él, tarde o temprano nos lo encontraremos. El Padre en su infinita paciencia sabe esperar, porque la espera, la paciencia la tolerancia son consecuencias del amor sincero que nos tiene a cada uno de nosotros[5].

    Está sentado al borde del camino y cada vez que pasamos por su lado nos guiña un ojo y nos muestra una sonrisa, pero Él a pesar de nuestro pasar de largo no se cansa y cuando llevamos recorrido otro tramo vuelve a aparecer al borde del camino y vuelve a hacernos un gesto de amor, paz y cariño, y no importa las veces que pases de largo, seguirá apareciendo al lado del camino[6] esperando una respuesta, una respuesta que Dios la quiere en libertad, porque el amor verdadero no entiende de obligaciones y de presiones, el amor verdadero es paciente, no tiene en cuenta el desprecio[7]. Es gratuito, servicial,  siempre hay una nueva oportunidad para ponerse en marcha, para dejar que nuestras entrañas se retuerzan ante lo desconocido y lo fascinante.

     No olvides que una y otra vez Jesús pasará por tu lado haciéndote una invitación a que te pongas en marcha, a que dejes tú vida cómoda y llena de seguridades por adentrarte en un mundo nuevo de inquietudes en donde ya no vale quedarse quieto e inmóvil como si la vida no fuera con nosotros. Nuestra ambición en la vida es colmarla de sentido y autenticidad, y eso es precisamente lo que pide Cristo a cada uno de nosotros, su invitación no es moral ni doctrinal, es una elección por la libertad y por la verdad[8], una verdad que habita en lo más profundo de tu corazón desde que Dios te creó y pensó en ti. Y así, como un buen Padre nos quiere con ternura y con cariño, pero acepta nuestra decisión libre de no ponernos en camino y emprender esa marcha que nos saque de esa quietud y nos convierta en corazones inquietos y con sed de verdad y de amor.



[1] C. f. Jn 10, 10; Jn 15, 11. [2] C. f. Mt 28, 20. [3] C. f. Jn 1, 12-13.

[4] C. f. Lc 17, 20-21; Lc 24,32. [5] C. f. Lc 15, 20. [6] C. f. Sal 139, 7-13. [7] C. f. I Co 13, 4-8

[8] C. f. Jn 8, 32

 

Comentarios

Publicar un comentario