TIENES UNA INVITACIÓN. INQUIETUD-II (2008)

 

JAVIER ABAD CHISMOL

TIENES UNA INVITACIÓN

EDICEP  C.B. (2008)

 INQUIETUD-II 


 

“Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por mis ovejas”

Juan 10, 14-15.

     Reconocer la llamada es el primer paso a la hora de comenzar un camino vocacional, es saber distinguir las palabras del pastor entre la gran cantidad de ruido que escuchamos en nuestro agitado mundo. Nos dejamos llevar por otras voces que nos seducen y nos engañan, que nos parecen más atractivas,  y nos alejamos así de la verdadera vocación a la que somos llamados.

      ¡Qué difícil es  hablar de nuestro foro interno!,  de lo más profundo que esencial   de   nuestra   persona.   Hoy   que  se  vive  de  lo  externo,   de  la apariencia, del capricho, de lo que me gusta y de lo que me apetece. Nuestro yo más superficial se va apoderando de toda nuestra persona, perdemos el rumbo, la dirección, nuestro ser más profundo, donde habita el amor; los sentimientos van quedando relegados por todo aquello que tiene que ver con nuestros sentidos más primarios.

     Pero no podemos olvidar que precisamente en las profundidades de nuestra persona habita la esencia de nuestra alma. Es cierto que nuestro moderno mundo se quiere quedar solo con la materia, con lo sensitivo. Pero no perdamos de vista que somos seres llamados a una realización como seres independientes y únicos, seres que deben trascender el mundo de lo aparente.

     No podemos hablar de vocación si no somos personas profundas, personas capaces de rasgar en lo más íntimo que hay en nosotros. Nos pueden vender que la realización de cada hombre esta en tener, en vivir bien, en alcanzar cierto grado de poder, salud. Eso no es verdad, nuestra esencia fundamental consiste en encontrar sentido a nuestro existir aquí y ahora. En definitiva la búsqueda de lo que llamamos felicidad con mayúsculas.

     Es bueno detenerse ante esta palabra para reflexionar con profundidad lo que esto significa para mí, cada uno debe dirigirse hacia lo más hondo de su corazón y afirmar con rotundidad ¡Quiero ser feliz! Todos los días de nuestra vida, cada minuto, decir ¡He nacido para ser Feliz!

     Ese es precisamente el motor que nos hará ponernos en marcha, que esa quietud interna se convierta en inquietud, porque algo dentro de mí se mueve, algo que sé que está, pero no puedo ni alcanzar ni tocar, pero no por eso deja de ser real. Pues así es la vocación, como algo que sé que está pero que no sé ni explicar ni demostrar.

     Vendría a ser como una semilla depositada en nuestro interior que está esperando la oportunidad de dejarla germinar. Todas las personas tienen esa semilla, una semilla depositada por Dios[1], y de nosotros depende que esa semilla crezca y encontremos el sentido que tiene para cada uno nuestro existir. Solo podemos descubrir cual es nuestra semilla cuando nos acercamos al Padre, lo demás será engañarnos e irnos por el camino equivocado.

     Desde el encuentro personal con Dios todo se pondrá en su lugar, todo nuestro ser iniciará la marcha, empezaremos caminar por un sendero de luz y verdad[2]. La verdad que es siempre auténtica, esa verdad nos hará huir de la mentira, en la que muchas veces nos refugiamos para encontrar soluciones a las dudas e incertidumbres que se nos plantean, situaciones complicadas en las que buscamos atajos que al final nos llevan al mismo sitio o incluso a estar mucho más perdidos.

     Nuestro “yo” se apodera de nosotros mismos, buscamos nuestra realización personal, pero esa búsqueda puede estar cimentada sobre unos principios erróneos, de lo que es el encuentro con lo más esencial que hay en nosotros mismos, volver a lo más profundo de nuestro ser, un ser que se considera libre y con capacidad de optar por una opción u otra en la vida. Una libertad que nos permite ponernos en movimiento, dejar esa quietud de la que comentábamos al principio. Vocación es igual a libertad pero también a equivocación fruto de un libre albedrío mal utilizado.

     Cuando me pongo en marcha es porque sé donde voy, todo viaje carente de sentido y de dirección es un triste viaje al absurdo. Para ser felices hay que encontrar sentido a nuestra motivación y vuelvo a repetir la pregunta inicial  ¿porqué me muevo?  Nuestro  movimiento  parte de  la  motivación, porque tengo motivos para ello, cuando me dirijo a algún sitio es porque se que quiero acudir, porque busco algo o a alguien. Es también cierto que esa búsqueda puede ser consciente o inconsciente. Quizás hoy podemos hablar claramente de un sin sentido de la búsqueda, nuestra sociedad ha perdido el sentido de dirección, de proyectos, se deja llevar por una inercia que le arrastra con la masa a lo que hacen todos, y ese es el sentido, porque simplemente lo hacen los demás.

     La sociedad de la inmediatez, de lo rápido, en donde lo que importa es que pueda dar satisfacción a mis instintos más básicos. El capricho, la falta de compromiso, de huir de caminar en un proyecto arriesgado, hace que se creen hombres quietos, completamente secos y áridos. No buscan porque no saben buscar, es más creen que ya lo tienen todo, se les ha apagado la luz de la esperanza[3].

      Pero de este comentario se podría sacar la conclusión de que ese razonamiento no es el del todo cierto, porque muchos pueden pensar que el hombre sí que se mueve, sí que busca y por supuesto tiene motivaciones. El dinero, la fama, el amor fácil, mi posición social. Todo hombre se mueve por algo, pero yo me refiero al movimiento del espíritu, del espíritu en verdad, una verdad que hace que tu corazón se agite desde lo más profundo, algo que se pone en marcha desde la experiencia de Dios, y esa es precisamente de la inquietud de que hablo, de la semilla interior depositada por Dios en cada uno de nosotros. Cuando sentimos esa llamada a ponernos en movimiento, para salir de esa quietud, todo nuestro camino se ilumina y empieza todo a tener un sentido profundo que nos hace sentirnos vivos en un camino que es la auténtica verdad[4].

          Una verdad que nos hace despertarnos de un profundo sueño, el sueño  del  absurdo de no saber hacia donde vamos, porque sí, todos vamos hacia  un  lugar,  un  lugar  designado  y soñado por Dios.  El  Padre en una profunda muestra de amor a su criatura le revelará el sentir de su estar aquí y ahora[5]. No podemos ponernos en movimiento sin tener clara la dirección por la cual debe ir nuestra vida, no podemos emprender el maravilloso viaje de la vida sin un buen plano, sin un buen guía.

     La vocación es esa llamada susurrada al oído[6] que invita a oír cual es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros, despertar esa inquietud que nos hace movernos por ese sentir interior, algo que muchas veces no entendemos, pero que sabemos que está ahí, porque algo dentro de nosotros se agita.

      Pero en ese ponerse en camino surge un desgarro[7] en nuestra persona, una dualidad, las dos opciones fundamentales, hacer caso a mi sentimiento interior que vendría a ser un comienzo de mi relación íntima y personal con Dios o por el contrario hacer caso a las influencias externas que nos invitan a ponernos en camino en otra dirección.

     Todo movimiento determina el siguiente paso, por lo tanto nuestro recorrido se nos va marcando y definiendo en la opción. Ya hemos comentado que muchas veces se va sin saber bien hacia donde. La verdadera inquietud parte de la experiencia de la llamada de Dios para dejar los proyectos personales y familiares para así empezar a mirar a otro lado, mirar hacia el lado de la renuncia de lo que se cree que es importante y de este modo cambiar el esquema y ponerse en marcha en otra dirección, es la llamada de Jesús a ponernos en movimiento dejando nuestro yo, para entrar en una universalidad de fraternidad y de amor.

      Y así fue como cuando Jesús llamo a sus discípulos a ponerse en movimiento: “Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron”        Marcos 1, 18.



[1] C. f. LG 4  [2] C. f. Jn 8, 12; Jn 12, 35   [3] C. f. Jn 1, 4-5   [4] C. f. Jn 14, 6  [5] C. f.  I Sam 3, 1-10

 [6] C. f.  I Sam 3, 1-10. [7] C. f. Jr, 20, 7; Jon 1, 3.  


Comentarios