La Vocación. Inquietud. XVII aniversario de su Ordenación Sacerdotal.

 

INQUIETUD

 

Sacerdo in aeternum

 

“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure.”

Juan 15, 16

 

     Algo se mueve en lo más profundo de mi ser, algo que se escapa al propio dominio, que parece enfrentarse con mi propio yo. Surge en mi interior una sensación de desgarro de mí mismo.

     ¿Qué significa? ¿Qué me está pasando? Mi vida, sin saber bien por qué, se me empieza a desmontar como si fuera un gran puzzle. Mi corazón no entiende nada, me siento inquieto, me muevo, pero ¿por qué me muevo, por qué me inquieto?

      La búsqueda de una inquietud que acelera mi corazón y todo mi ser. Para poder ponerse en movimiento es necesario primero estar quieto, caer en la cuenta de mi estado, de mi situación, para así emprender una marcha, comenzar a andar, a caminar, pero sobre todo saber hacia donde quiero dirigir mis pasos.

     Empiezo el libro de una manera una tanto inquieta, algo dentro de mí se agita y precisamente me empuja a ponerme delante del ordenador y empezar a teclear, porque es precisamente la inquietud del corazón la que debe marcarnos el libro de ruta, esa inquietud debe siempre llevarnos a la paz profunda que da Dios. Me anima con gran ilusión emprender la aventura de hablar de la vocación,  algo arriesgado y desconcertante, difícil de explicar y sobretodo complicado de vivir. Esa inquietud que viene de Dios, sí, porque es Él el que toma la iniciativa de hacernos una propuesta[1], aquí nos pueden ayudar estas hermosa palabras de san Agustín: ”Hiciste nuestro corazón para ti, y está inquieto hasta que descanse en ti”[2]

     El libro nos va hablar precisamente de esa inquietud y lo va hacer sin dar grandes lecciones magistrales, es una humilde aportación sobre la invitación al amor que nos da el Padre a cada uno de nosotros. No es  un estudio teológico, ni antropológico, ni un estudio de las reacciones psicológicas de cómo el ser humano responde ante la llamada de Dios. Por lo tanto, puede que este escrito carezca de rigor científico, es la suma de una serie de ideas, reflexiones y experiencias de alguien que se siente invitado por el dueño de la casa[3]a pesar de ser un pecador y no merecer ese honor.

     Lo que pretendo es abrir mi entendimiento, contar con sinceridad, con el corazón en la mano, mi vivencia vocacional y mi acercamiento a Dios, nuestro Padre.

     Sí, esa es mi inquietud, compartir, entregar, desde una clave de sinceridad, de honestidad. Siento la necesidad de hacerlo como algo que surge desde lo más hondo[4] de mi interior para así descubrir entre todos ese gran misterio que es la vocación, la llamada, la invitación.

      Ya está claro de que va este pequeño y humilde escrito realizado no por un erudito en la materia teológica, es un aporte de vivencias del encuentro con Dios. Puede ser que al final surja una biografía anecdótica al hablar de mi relación con Dios, pero es que Él ha estado siempre ahí, en todos los momentos  de  mi  existencia,   y  es  a  ese  encuentro  al  que quiero dar el protagonismo  del  escrito,  todo  lo  que  me  ha acontecido,  que realmente tiene valor en mi vida, tiene que ver con Dios. Es cierto que las personas cuando hablamos, cuando contamos cosas, estamos salpicados de nuestras experiencias y, por lo tanto, todo lo narrado es siempre subjetivo, pues se ve desde el punto de vista del sujeto. Si estuviéramos ante un escrito científico y riguroso estaríamos frente al estudio detallado de datos  mucho más concretos, sería mucho más objetivo, todo tendría que encajar en un rigor marcado que habría que cumplir.

     La vocación es escuchar la voz del buen pastor, que nos conoce a cada uno por nuestro nombre, que por su gracia y amor quedamos registrados en el libro de la vida[5]. La primera premisa fundamental para poder salir de esa quietud es la capacidad de escucha, y para ello es fundamental reconocer la voz del pastor[6], una voz que se manifiesta en el amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros.

 Javier Abad Chismol



[1] C. f. Gn 12, 1-3; Jr 1, 4-5; Ez 2, 1-3; Jon 1, 1-2; Mc 1-17; Mt 4, 18-19; Mt 9, 9; Lc 5, 32; Lc 9, 1;

Lc, 10, 1; Jn 1-43; I Co 9, 17; II Tim 1, 8.

[2] S. Agustín. Confesiones I, 1.

[3] C. f. Lc 16-21.

[4] C. f. Col 3, 16-17.

[5] C. f. Flp 4, 3.

[6] C. f. Jn 10, 2-4

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