DOMINGO DE RESURRECCIÓN. ¡ALELUYA! CRISTO HA RESUCITADO! (Reeditado)

 LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR






El Anuncio de la Pascua resuena en nuestros corazones, en toda la Iglesia, es la alegría plena que nos da la resurrección de Jesús, Cristo ha vencido a la muerte, ha vencido a las tinieblas, a la oscuridad y al pecado, y por lo tanto viene a rescatarnos, Él es nuestra esperanza, nuestro consuelo y nuestra salvación, porque ha vencido a nuestro gran enemigo que es la muerte, el sufrimiento, la tortura y la injusticia.

Después de vivir con intensidad los días de la Pasión del Señor, hoy contemplamos su gloria, hoy se transforma nuestra tristeza en alegría plena. Nuestra vida cotidiana va íntimamente unida a lo que significa la muerte con la derrota, cuando la muerte se convierte en el final, en la desesperación que se vive como fracaso. Todo el género humano quiere controlarlo todo, no quiere que nada se le escape, y ante la muerte solo está la resignación o el conformismo, o la mayor tendencia de hoy que es maquillar la muerte o incluso encubrirla. Vivir como si la muerte fuera algo que nunca va a ocurrir, o como si fuera algo solo para otros y vivimos al margen de ella.

En la presencia del Señor nos damos cuenta de lo que puede obrar en nosotros, de que la muerte no es una derrota para el ser humano, que la tiniebla se puede convertir en luz, que donde hay desierto puede brotar el agua, porque nuestra fuerza está en el Señor, donde está la muerte está la victoria, porque por puro amor el agua del bautismo nos hace volver a la vida.

Al igual que de la debilidad de los primeros discípulos de Jesús; de su cobardía, de su miedo, de su abandono e incluso de su traición, quiso Dios seguir contando con el hombre e instituyo la Iglesia, la familia de todos los hombres pecadores pero que quieren seguirle como camino, verdad y vida. Por este motivo creemos en una Iglesia que es santa porque es de Cristo pero a su vez de hombres pecadores.

La Pascua es para todos los cristianos signo de nuestra fe en que la vida no termina junto al sepulcro, de que estamos llamados a trascender nuestra existencia terrena, para poder así llegar a una plenitud plena, en definitiva dar la vuelta al sufrimiento, a todo lo que nos desborda y nos hace mal, para que se convierta así en gozo.

Transformamos la huida, el miedo, el abandono, la traición, en vida de esperanza, hoy oímos las palabras del Señor en nuestro corazón, hoy le escuchamos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, en que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, ¿crees esto?”

Hoy queremos ser como esos curiosos que se acercaban a los discípulos para ser curados, curada sobre todo de la incredulidad y de la ignorancia, una ignorancia que nace de la arrogancia del ser humano que no se deja curar por el Señor. Los milagros solo son posibles si tenemos la fe suficiente para que sea así, es decir, ver las maravillas de la humanidad desde la clave del amor bondadoso de Dios.




Tenemos que ser crédulos y no incrédulos, salir de nuestro poderoso ego anclado en la razón para ser hombres y mujeres de fe, que no nos pase como Tomás, hasta que no toco, no creyó, luego vinieron las lamentaciones por no fiarse, pero es que no nos acabamos de fiar, nos falta fe. Apostemos en la Pascua de fiarnos del Señor y que sepamos leer nuestra historia desde la clave de la fe.
Viene el Señor a nuestro encuentro, a nuestros corazones, con la misma alegría que sintió María cuando se encontró con su Hijo, ella, que guardaba todo en los más profundo de su corazón, que supo aguardar y esperar, que supo tener esa paciencia que solo puede darnos la fe, que brota del amor gratuito de Dios.

Por eso hoy estamos gozosos en el encuentro de María con su Hijo, y esa alegría invade nuestros corazones porque es la prueba evidente de que Cristo es la respuesta a la esperanza de todos los hombres, y que ahora nosotros tenemos que ser portadores de esa esperanza, es la bandera de que Cristo ha resucitado, es la alegría de una madre que se encuentra con su hijo después de haber vivido el sufrimiento, el abandono y el ultraje, es el llanto que se convierte en alegría.
Que esta culminación de la Pascua no sea una fiesta más, sino que nos sirva de verdad y de corazón para que seamos mejores hijos de Dios, que de vida al sueño salifico de Dios con todos nosotros, es decir, que de sentido a nuestras vidas. Como en la noche de la Pascua en donde hemos renovado nuestras promesas bautismales, donde hemos reafirmado nuestra fe en el Señor, en la Iglesia como portadora de ese mensaje que debe ser dado como Buena Noticia a todos los hombres, ahora como los apóstoles que se encuentran con el sepulcro vacío, que salgamos a las calles, a las plazas, sin ningún tipo de temor y de miedo, que digamos que Nuestro Señor ha resucitado, que se cumple su palabra.

Hoy nosotros al igual que los apóstoles buscamos los bienes de allá arriba, ponemos nuestra esperanza en aquello que trasciende, y hoy por lo tanto estamos dispuestos a morir por Cristo, porque morir es vivir, y vivir sin Cristo es la muerte que no tiene cura. Que escuchemos las palabras de Jesús en nuestras vidas,

¡PAZ A VOSOTROS!

Y que podamos decir a todos que

¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!


Javier Abad Chismol

 


 

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