SABER HACER BIEN LAS COSAS
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario A
El Señor nos propone que nos esmeremos en hacer bien las cosas, que nos esforcemos y valoremos todo aquello que realizamos en nuestra vida. Cada uno desde el momento en la vida en que se encuentre, hacer, ver y valorar el gusto por el “buen hacer”, por querer encontrarse con la sabiduría, con el sabor de la verdad, es buscar nuestra vocación.
Para ello se nos muestra la vida como una escuela, un aprendizaje continuo para valorarnos y valorar lo más sencillo y cotidiano, es el valor del artesano, del esmero, cada uno debemos preguntarnos si cuando hacemos nuestra labor lo hacemos con esmero, o con dejadez, si buscamos lo bien hecho o por el contrario acabar lo antes posible.
La propia felicidad la encontramos en lo que vivimos, y para ello el Señor nos ha dado muchos regalos, la propia vida es un regalo, una vida cuyo sentido pleno no se encuentra en este mundo terreno, sino que estamos como una preparación que nos lleva a la plenitud y al encuentro con el Creador, estamos en nuestra existencia como en un entrenamiento que nos lleva a nuestro fin último.
Que miremos al Evangelio, a la Palabra de Dios para que nos enseñe, que sea nuestra verdadera escuela, en donde descubramos los valores de la educación, del respeto, de la solidaridad, del esfuerzo.
Temer al Señor por el no hacer, por el no obrar, por no hacer lo que tenemos hacer, por no vencer nuestro egoísmo, nuestra envidia, nuestra pereza, la tentación de vivir relajados en la vida buscando solo el bienestar y la comodidad, dejando al margen a Dios y anulando la conciencia. Busquemos el esfuerzo, porque realmente vale la pena, porque no nos arrepentiremos, no tengamos prisa por consumir el tiempo, disfrutemos y vivamos la vida en plenitud y no en simpleza.
No digamos “paz y seguridad” anclados en este mundo, porque nuestra existencia es efímera y sucumbirá en su condición, estemos alertas y preparados para que no nos pille desprevenidos el final de nuestra existencia terrena y nos sintamos como arrancados de este mundo porque se nos han quitado nuestras seguridades. No nos entreguemos al sueño, sino estemos en vela, vivamos sobriamente, vivamos en el esfuerzo, y busquemos el sentido pleno del ser humano, nuestra existencia tiene sentido desde el desgaste de nuestra vida por el bien, y no quedarnos como puros espectadores como si estuviéramos en una obra de teatro.
No olvidemos la parábola de los talentos, como el Señor reparte dones, cualidades, capacidades, no importa que sean muchas o pocas, lo que importa es que lo que Dios nos ha dado lo hagamos producir.
No estamos en el mundo por casualidad estamos para cumplir una misión y para ello hemos venido al mundo, espabilemos y pongámonos en camino, y no escondamos nuestros dones o talentos bajo la tierra, no tengamos miedo en producir y en hacer bien las cosas.
Javier Abad Chismol
Se aprende a vivir viviendo, a amar amando. . .
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