TIENES UNA INVITACIÓN.
LOS PIES DEL MENSAJERO (Extracto)
Una vez nos sentimos reclamados por el Señor, se nos plantea una pregunta que tiene mucha dificultad, pero ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Dónde quiere que esté? ¿De qué manera tengo que obedecer a esa invitación?
Lo primero es matizar la idea fundamental que ya he comentado en alguna ocasión en este libro, una idea que sirve para que nadie pueda “escaquearse” de la llamada del Señor, afirmar frases como: “Bueno como Dios no me pide que sea cura, ya no tengo que complicarme la vida”. Pensamos que la vocación es para unos pocos, y eso es un gran error que no podemos descuidar. En ocasiones podemos actuar así para no tener que comprometernos, para de alguna manera ser más libre, la vocación queda para unos pocos que han decidido vivir su vida de una manera más radical.
En el concilio Vaticano II, que fue en el año 1965, ya se insistía en este tema: concretamente en la constitución dogmática sobre la Iglesia, la “Lumen Gentium”, se nos habla en su capítulo cinco de;”La llamada universal a la santidad”. Esto quiere decir que todos estamos llamados a ser santos, como lo fue “el santo”, el verdaderamente santo que es Jesucristo, y para eso tenemos que mirar y seguir los pies del mensajero que nos anuncia cual es el camino para nuestra plenitud personal y en consecuencia del amor de Dios a la humanidad.
Como vemos ya no nos sirven las excusas, para rehuir de Dios, para seguirle, para mirarle fijamente, ¿vamos a aceptar la invitación del Señor, o nos encontraremos muy ocupados con nuestras cosas? Podemos pensar que la santidad es algo para otros, para esos que rezan tanto y van a misa, yo me puedo llegar a conformar con un cristianismo mediocre y tibio, una forma de creer que acaba perdiendo de vista las huellas del mensajero. Es el mensajero que sale a los caminos de nuestra vida, que sale al encuentro en el quehacer de cada día, una y otra vez podemos escuchar la voz susurrante del mensajero que nos anuncia una nueva forma de vivir la vida y de permanecer en la misma.
Quizás cuando escuchamos esa llamada nuestro interior empieza a plantearse una y otra vez la lista de condiciones que le ponemos al dueño de la casa para acudir a la fiesta, para acudir al banquete. Tenemos muchas cosas que hacer, todo es más importante incluso para aquel que dice ser creyente y practicante.
Es verdad, muchas veces damos al Señor lo que nos sobra, nuestro tiempo que queda libre. No le damos la importancia necesaria, nuestra fe se puede convertir en algo que está ahí, para cuando uno tiene tiempo. Cuando está con estudios, con el trabajo, el Señor se queda plantado en el banquete esperando a que acudamos, y por desgracia, muchas veces se queda esperando, porque ese día no hemos tenido sobras de nuestra ajetreada vida.
Escuchar las palabras del mensajero, y por lo tanto aceptar la invitación gozosa a la fiesta, es descubrir la vocación, que es la plasmación de nuestro amor a Dios en nuestra existencia, es decir, desplazar a los otros dioses a los cuales alabamos continuamente para poner al único Dios en el centro de nuestra vida.
Javier Abad Chismol
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