SOMOS RESPONSABLES DE NOSOTROS Y DE LOS DEMÁS (Inédito 6-9-2017)

 


SOMOS RESPONSABLES DE NOSOTROS Y DE LOS DEMÁS

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

 


 

Todos somos responsables de lo que pasa a nuestro alrededor, y de alguna manera cómplices de todo lo que acontece, tanto de lo bueno como de lo malo. Por lo tanto somos responsables de nuestra salvación y también de la de nuestros hermanos.

A veces consideramos que si vamos a lo nuestro y no hacemos mal a nadie ya hemos cumplido, pero en el juicio de Dios también cuentan nuestros hermanos y el cumplimiento de la voluntad de Dios, esto es vital para que entendamos de verdad que significa ser cristiano en autenticidad y en verdad.

Así hablaba el Señor al profeta Ezequiel, y es que tenía que avisar al malvado de que cambiara de actitud y que si no lo hace morirá por su culpa, si el malvado no es corregido, si no se reprende y se busca la justicia, también existe el pecado de omisión. No nos podemos quedar de impasibles o como espectadores ante el pecado y la maldad, tenemos que socorrer al que sufre el peso del mal y a aquellos que lo hacen, invitarles a que cambien de actitud, que transformen sus corazones y vuelvan a la senda del bien. Podíamos decir de esta manera que el mal, el pecado, la corrupción tiene dos víctimas, el que actúa y el que sufre las consecuencias del pecador.

Como creyentes, como cristianos tenemos que anunciar al Señor y la verdad, ser como las palabras del profeta, que anuncia y denuncia, algo que no es cómodo ni fácil,  pero es el único camino para la conversión.

Si no anunciamos, si no recriminamos al pecador, nos condenaremos por no hacer nada y además cerramos las puertas a la salvación.

Hoy nuestro en mundo no entiende ni comprende la fuerza del amor, porque el amor es darse al hermano, es salir al rescate del otro, todo se resume en ver a Dios en los demás, incluso en las personas más perversas y que hacen daño a los demás. Podemos saber lo cerca o lejos que estamos del amor de Dios por nuestra capacidad para perdonar, por nuestra capacidad de ponernos en el lugar del otro, y porque entendamos que el amor no es consentir todo, el amor es corregir, el amor es anunciar a Cristo, y denunciar con todo el respeto cuando alguien se equivoca y va por el mal camino, amar no es consentir todo, un buen padre no es aquel que le deja a su hijo hacer lo que le da la gana, es el que sabe orientarlo, corregirle con amor para que vaya por el buen camino y haga de su existencia una vida de provecho y de amor, y para ello a veces a que decirlo o recriminar la mala actitud para que no sucumba en el pecado y se acabe destruyéndose a él o al prójimo.

Se nos propone la corrección fraterna, ser capaces de corregir a nuestro hermano, y se nos dice que primero lo hagamos a solas, que si estando a solas nuestro hermano hace caso omiso de lo dicho, entonces llamemos a un tercero para que intervenga pata así mediar e intentar llegar a un acuerdo, sino buscar testigos que ponga en evidencia una actitud hostil, y si después de intentarlo varias veces no hace caso, lo lícito es decirlo a todos para que quede al descubierto el mal, y además su mala intención de no rectificar para frenar ese mal.

Hoy nos dice el Señor que nada de quedarnos de brazos cruzados ante las injusticias del mundo, que no creamos que somos más buenos porque nos callamos lo que ocurre a nuestro alrededor, o porque miramos para otro lado, o porque me pensamos que pareceremos mejores aliándonos con el mal y no interviniendo. Jesús se acercaba a los pecadores no para aplaudir el pecado, sino para llevarlos al buen camino y a la conversión. Lo que nos dice es que seamos prudentes, que agotemos los cauces necesarios para los cambios y la solución de los conflictos, pero que luego seamos capaces de defender la justicia y la verdad y no caigamos presos de los que ocurre en ocasiones, intentándonos adaptar al mundo o incluso justificar el pecado.

Hay que reconocer que todos somos pecadores y que tenemos que estar abiertos a la conversión, ¡ojala, no endurezcamos nuestro corazón! Que seamos capaces de escuchar la voluntad de Dios, y que como a los profetas, se nos de la valentía del anuncio y de ser capaces de decir lo que se tenga que decir y hacer en cada momento, que vivamos en conversión y atentos a la denuncia del mal y la justicia para que predomine el amor de Dios en el mundo.

Javier Abad Chismol

 




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