LA VERDAD DE MARÍA (Javier Abad Chismol.María modelo de nuestra fe. 2017)

 LA VERDAD DE MARÍA


Es importante para todo creyente reflexionar sobre la imagen y la figura de María, es decir, saber qué es lo que se debe creer, que es lo que sebe venerar, y que es por lo tanto lo que tenemos que procesar con autentica y verdadera fe.
La Iglesia nos propone lo que llamamos los dogmas, que son aquellas verdades de fe que el magisterio de la Iglesia a lo largo del tiempo ha ido aprobando para enseñar al Pueblo de Dios, y evitar así el error. Por este motivo es muy importante que conozcamos lo que la Iglesia, que es nuestra madre, nos dice de quien es María, porque a su vez también decimos que María es la madre de la Iglesia y en consecuencia madre nuestra.
Los dogmas deben ser creídos y no puestos en cuestión porque si lo hacemos así, al final no sabríamos que creer, o tendríamos la tentación de ir poco a poco inventándonos nuestra fe, y nuestra religión, por ello es bueno reflexionar en las verdades de fe y de la Iglesia, autorizadas por el Magisterio a lo largo de los siglos. Los dogmas por lo general han ido surgiendo desde las herejías y de los errores de unos y otros y que ha obligado a la autoridad de la Iglesia a decir que debe ser creído y que no debe ser creído
Negar algunos de los dogmas es negar la misma fe en nuestro Señor Jesucristo, porque es negar la autoridad de Dios. Por ello no se puede creer en María sin creer en la Iglesia, que es la que nos lleva a María y a cómo debemos venerarla.
Debemos reconocer a María como Madre de Dios, se nos enseña que María es madre verdadera porque engendró al hijo de Dios, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, la Palabra encarnada, engendrada milagrosamente y virginalmente por obra y gracia del Espíritu Santo. Así se definió en el Concilio de Efeso, y se reafirma en la Encíclica de Pio XI Lux Veritas, se matiza que esta verdad no puede ser rechazada, la Iglesia lo ha ido renovando, especialmente cuando se trata de piedad popular que en ocasiones pueden llevar a error, o a un mal uso de lo que significa la devoción mariana.
El dogma que contiene el reconocimiento revelado de María como madre de Dios se podría decir que es el más importante de todos, si negamos que María es madre de Dios, toda la fe revelada podría ser cuestionada, como de hecho a ocurrido muchas veces a lo largo de la historia, porque es ahí donde se encuentra la economía de nuestra salvación, la intervención divina en la vida del hombre.


María, madre y Virgen es otro de los dogmas marianos, que también puede producir cierto escepticismo desde el punto de vista estrictamente humano. Es la virginidad de María antes de la concepción del Hijo de Dios, es la virginidad perpetua o perfecta.
Por lo tanto María permaneció virgen en el momento de la concepción del Verbo, de Jesús, porque fue hecha Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, esta verdad ha ido evolucionando y clarificándose y recogida por el Concilio Vaticano II (LG 57).
María fue Virgen después del nacimiento de Jesús porque como hemos dicho no tuvo contacto carnal con ningún hombre, viviendo casta y virginalmente con su esposo san José. La virginidad perpetua de María es doctrina universal de la Iglesia desde ya una época muy remota. Esto es lo que debe ser creído por todos y que no debe ser cuestionado aunque pueda desbordar la razón, la medicina o la lógica, la fe trasciende todo esto, no podemos entrar en la especulación ni en las demostraciones cuando de trata de la fe, porque la fe es certeza de lo que no se ve, pero que ha sido revelado a los hombres y que debe ser creído y aceptado en lo más profundo de nuestro corazón.
 

El dogma de la Inmaculada Concepción significa que la Virgen María fue concebida limpia y sin pecado original, del cual fue preservada de pecado, de la tentación para negar la voluntad de Dios, el SI de María, es un sí para vencer el pecado, para vencer la destrucción del hombre, de la corrupción y la tentativa a vivir alejado del Creador.
Lo podemos también comprobar en LG 61, fue elegida y querida por Dios toda pura y libre de toda mancha o de pecado, ella no estuvo sometida al pecado original, estuvo concebida en gracia y en si pecado. Esto lo podemos ver en la Sagrada Escritura, en Génesis 3, 15, en la que se habla
de la victoria de la mujer y de su descendencia sobre la serpiente, sobre el demonio, y cuando el ángel se dirige a María: Dios te salve, llena de gracia (Lucas 1,28) también en LG 56. Este dogma fue definido, el de la Inmaculada Concepción como dogma, como verdad de fe, por el Papa Pío IX, en el año 1854, en la Bula Ineffabilis Deus (El Dios inefable).
También veneramos con mucha fe que se refiere a como terminó su tránsito en esta vida la Virgen María. Nos preguntamos y se lo pregunta la Iglesia desde todos los tiempos ¿Qué ocurrió con el cuerpo de María?


                                     

María al terminar su vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste, así se determino el dogma por el Papa Pío XII en el año 1950 en la Bula Munificentissimus Deus. No se nos acaba diciendo si la Virgen murió o no, como los demás mortales, decimos que la muerte de la Virgen no es dogma. María murió para configurarse con Jesús, que también se sometió a la muerte, aunque eran libre de pecado y de corrupción. Ahora lo que ha de ser creído es que el cuerpo de la Virgen no sufrió la corrupción del sepulcro, que se estima como consecuencia del pecado original. Es la forma de afirmar que María era Inmaculada, sin macha, es virgen, y sin corrupción alguna, esto es la afirmación anterior de que María es la Madre de Dios.
Esta verdad de fe tiene su raíz y fundamento en la enseñanza de la Sagrada Escritura, el Papa Pío XII comenta los textos y ciertos lugares bíblicos, por ejemplo en génesis 3,15, que se anuncia la victoria de la mujer y de su Hijo sobre el pecado y sobre la muerte, que es el último enemigo a batir y vencer, la fiesta de la Asunción la celebramos desde el siglo VI. Aquí también se une la realeza de María (LG 68), y también lo podemos ver en el libro del Apocalipsis, como la mujer que está en estado vence al dragón, al mal, al pecado, a la infidelidad (Apoc. 19,16).
María debe reinar nuestras vidas, debe estar presente, porque en ella tenemos garantías de poder descubrir el poder de las tinieblas, y no solo eso, sino que además podamos vencerlo, María es nuestra abogada en los momentos de más dificultad.
Caminar con María es caminar como hijos de la luz porque ella nos ilumina en nuestro camino, es lámpara para nuestros pasos, por ello necesitamos
de María, y necesitamos también saber qué es lo que tenemos que creer, y como tenemos venerar a nuestra madre, para no caer en la idolatría, sino saber cuál es nuestra fe, y que es lo que Iglesia nos enseña como madre que es nuestra.
A su vez, la verdad de María nos debe llevar a reconocerla en nuestra vida de cada día, ver qué lugar ocupa en nuestra existencia, porque ver a María es ver al Hijo, y ver al Hijo es ver al Padre, que intercede por todos nosotros para que encontremos el sentido a nuestra existencia, en definitiva, buscar nuestro lugar en el mundo, que ese el ser del hombre y la inquietud que todos tenemos en nuestros corazones.
Ver a María y comprender con ayuda de la fe su verdad, una verdad que se nos ofrece como un regalo por nuestra madre que es la Iglesia, que a través de la tradición y del magisterio ha ido revelando sobre María lo que tenía que ser creído y venerado como verdadero. Una fe pura y auténtica de lo que debemos creer como don y como gracia, y que es superada por la razón, por la lógica o por la ciencia.
La Virgen María según el Concilio de Trento (sesión sexta, año 1547), se nos dice que vivió durante su vida inmune de todo pecado venial en virtud de un privilegio especial de Dios, esto es, que no cometió pecado alguno , porque nunca ofendió a Dios, también tendríamos que aprender cada uno de nosotros a no ofender a Dios, a ser dóciles y su palabra como María, con las palabras al ángel, que se cumpla su voluntad. Deberíamos saber por la fe y por la gracia que cumplir la voluntad de Dios es acertar de lleno en el sentido de nuestra existencia, una existencia que nos lleva a la trascendencia de lo aparente y de lo lógico.
Un escéptico, un científico, un lógico, no encontraría sentido a los dogmas que hemos numerado, porque le serían un imposible, incluso puede producir cierta burla ante el imposible de virginidad de María, o su no corrupción de su cuerpo, pero todo lo creído y venerado es por la fe, es don de Dios, y es gracia, por este motivo la fe no se cuestiona, la fe se abraza como regalo de verdad, una verdad que lleva a la libertad del hombre, porque escoge lo que conviene desde la sabiduría divina que viene de lo alto, como las palabras del mensajero de Dios, del ángel, que
también nosotros podamos escuchar en nuestras vidas esas palabras que se nos manifiestan a todos nosotros, en libertad y en plenitud, es el amor a María, en la cual creemos con gran devoción y amor, porque es pilar fundamental de nuestras vidas, porque que es nuestra madre, nuestra maestra y defensora, porque ella nos acompaña hasta el final de nuestras vidas y no nos deja de la mano.


Javier Abad Chismol

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