Miércoles de Semana
Santa, 8 de abril de 2020
El Señor nos ha abierto el oído para que podamos escuchar sus
mandatos y cumplir su voluntad, el profeta nos habla de no resistirse al Señor,
por arduo que sea el camino y aunque nos encontremos con dificultad en la
misión encomendada.
Nos dice el profeta Isaías: “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que
mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos”.
Es el precio de la maldad del hombre que quiere acallar al
justo, hasta el punto de la tortura, el sufrimiento, e incluso la muerte, es la
antesala a muerte del Hijo del Hombre, es la pregunta, ¿pueden más los hijos de
las tinieblas que los hijos de la luz?
Hoy en el Evangelio en este Miércoles Santo, escuchamos como
Judas remata y efectúa la traición a Jesús, después de episodios que nos hacían
ver la maldad, los celos, la envidia de este.
Jesús fue vendido por 30 monedas de plata, ese era el precio
del Mesías, entregado por uno de los suyos, después del pago por parte de los
Sumos Sacerdotes, Judas buscaba el momento de entregarlo. Era el momento de la
Pascua y Jesús se preparaba para celebrarla con sus discípulos, Jesús sabía que
estaba llegando el momento de la entrega, de la traición y del amor fraterno
hasta el sufrimiento, el dolor, el desprecio y la muerte.
Y mientras comían, dijo: «Yo
os aseguro que uno de vosotros me entregará.», todos se miraban unos a otros
para ver quién podría ser el traidor. Muy entristecidos, se pusieron a decirle
uno por uno: « ¿Acaso soy yo, Señor?»
El respondió: «El que
ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se
va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es
entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» Entonces preguntó
Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has
dicho.»
Meditemos firmemente estos momentos tan doloroso para Jesús,
el momento amargo del encuentro, del fracaso, de la traición y de la cobardía,
pero si el grano de trigo no puede dar fruto, el sentido de la vida sobrepasa
nuestra mente y nuestra comprensión, abracémonos a la cruz y a la voluntad de Dios.
Javier Abad Chismol
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