LOS CLAVOS DE CRISTO, VIERNES SANTO 2020


Viernes de la Pasión del Señor


Resuenan en nuestros oídos los ruidos de los clavos de Cristo, un dolor que se va  clavando en lo más profundo de cada uno de nosotros, porque cada martillazo es un dolor para el mundo, para toda la humanidad, porque es la evidencia de un mundo sufriente carente de Dios, carente de amor fraterno, carente del espíritu de la verdad porque simplemente le cierra las puertas, porque nos tapamos los oídos ante el ruido del mundo y de sus dioses, no queremos ver el rostro de Dios.

¿Hasta cuándo resonarán en nuestros oídos ese ruido de llanto y de dolor? La amargura del Cáliz de la entrega, de la  generosidad de un amor entendido en gratuidad y al precio de la sangre de un inocente. ¿Cuántos inocentes sufren la crueldad en el mundo? ¿Cuántos niños huyen de la guerra y del hambre y les cerramos nuestras puertas y nuestros corazones? Nos invade el terror y el egoísmo, y nos cerramos a los problemas que no parecen nuestros, ¿miraríamos también indiferentes y expectantes la subida de Cristo al Calvario?

¿De que carecemos para ser insensibles ante la cruz de Cristo? Miremos los clavos de Cristo, miremos al árbol de la Cruz donde ha sido clavado el hijo del Hombre, miremos con vergüenza como esos clavos atraviesan las manos y los pies del Maestro y Señor, es el dolor del mundo, es el llanto del abandono, de la guerra y del terror. Es el sufrimiento que vivimos estos días con la pandemia, situaciones personales de personas que han perdido la vida, familiares que no pueden despedir a sus seres queridos, personas que están solas, es el dolor de los clavos de Cristo.

Sí, hoy siguen resonando esos clavos, y nos deben llegar hasta lo más profundo de nuestro ser, para que así podamos ser sensibles al sufrimiento y al llanto de nuestros hermanos. En la cruz de Cristo se encuentran nuestras miserias, nuestras cobardías, todo aquello que no nos permite ver el rostro de la verdad, el rostro de un Cristo ensangrentado por la crueldad del poder y de la codicia.



Los clavos de Cristo son la aparente victoria de Satanás, príncipe del pecado y de la tiniebla, esa sombra de muerte que merodea continuamente al hombre, esa sombra que hizo ver a Jesús en el Huerto que el Padre le había dejado solo, como también nos hace sentir a nosotros cuando nos sentimos abrumados por la enfermedad, por la injusticia, por el dolor o por la muerte. Las gotas de sudor de sangre son el precio de la pobreza humana, pero de la grandeza del amor de Dios, si, como si se tratara de una paradoja que no entendemos, ni comprendemos, pero ¿Qué explicación puede tener la cruz de Cristo? Nuestra lógica y razón quedaran desbordadas ante la macabra certeza de la tortura de la cruz y de los clavos de Cristo.

Nos dice el profeta Isaías que el siervo de Dios estaba irreconocible, se quiso revestir de miserable al Salvador, se quiso destronar al que es el rey del Universo, se nos vendió a precio de bandido y de malhechor al Salvador del mundo. En la cruz se ha clavado al amor verdadero, se le ha querido expulsar del mundo, se le quiso desterrar, y por eso hoy seguimos oyendo el ruido de los clavos de Cristo, ¿Cuántos se conmocionarán ante paso de la cruz de Cristo?

Hoy es bueno que miremos la cruz, y que no nos acostumbremos a verla, porque la cruz nos recuerda que el Señor cuenta con cada uno de nosotros, para que se pueda llevar esa cruz como una bandera de esperanza, y que a pesar de la crueldad de algunos, la esperanza siempre es posible, si cargamos todos juntos con la cruz de Cristo, si como el Cireneo ayudamos al Señor a llevar los pecados del mundo, nuestra miseria y la miseria de los demás.

Los clavos de Cristo son nuestras rebeldías, nuestra terquedad por lo fácil y lo cómodo, por intentar vivir sin Dios y huyendo de nuestra cruz y por supuesto de las cruces de los demás.

Contemplemos hoy el misterio de la cruz, escuchemos los clavos de Cristo y recordemos los momentos de la pasión, aquellos en  la que el pueblo entero gritaba hostigado por el poder religioso que liberaran a Barrabas, a un ladrón y a un asesino, muchas veces nuestro mundo aclama antes a personas arrastradas por el poder o incluso por el terror, porque no queremos oír los clavos de Cristo, cuantas veces gritamos el nombre de Barrabas para acallar o expulsar la verdad.

En la cruz se oyen las palabras de la turbe, ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!  ¡Qué sensación de amargura! Camino de la cruz, ultrajado, humillado, expulsado y burlado, despreciado por muchos, traicionado por uno de los suyos, y negado por otro. Se quedaron dormidos en los momentos de amargura y de dolor, solo, despreciado, perseguido y camino de la tortura, ese es el significado de los clavos de Cristo que sigue escuchándose aun en la tierra, por el dolor del pecado y de la infidelidad.

En ocasiones nos quedamos dormidos y no hacemos nada ante dolor del mundo, en otros le negamos o incluso le traicionamos, y en otros al igual que Pilatos, nos lavamos las manos porque pensamos que no es nuestro problema.

Miremos la cruz de Cristo, sus clavos, y miremos ese madero, esa bandera discutida que se alza en lo alto del Gólgota para vencer al mal, para morir por nosotros y llevarnos a la salvación.

Muere por nosotros, sufre por nosotros, carga con nuestras culpas, y obedece y sigue por cumplir la voluntad del Padre, miremos la cruz, miremos la esperanza y la resurrección, y acompañémosle en el tránsito de la muerte a la vida, de la desolación al consuelo, miremos los clavos de Cristo y seamos solidarios por la sangre de tantos inocentes que son víctimas de la codicia humana y de la ausencia de Dios, que nos podamos conmover cuando veamos la cruz y los clavos de Cristo.

Javier Abad Chismol




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