RECONOCER AL SEÑOR AL
PARTIR EL PAN Y EN LA
ESCRITURA
Miércoles de la Octava
de Pascua, 15 de abril de 2020
Los discípulos de Jesús toman el relevo de la misión, llevar
a todos el mensaje de sanación, de salvación para todos los pueblos. Pedro y
Juan se encontraron un hombre tullido que estaba en la puerta del Templo pidiendo
limosna a los que entraban, este les pido una ayuda, Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo,
te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar.»
Todos quedaron estupefactos al ver el milagro que se realizó
en nombre de Jesús, más fuerza que toda la riqueza, el oro y la plata, la
fuerza de la bendición y de la presencia del Señor.
Jesús sigue apareciéndose a sus seguidores, pero todos tienen
la torpeza a la hora de reconocerlo porque en el fondo les falta fe, como nos
ocurre a nosotros. Como el relato de Emaús, cuando dos caminaban hacia esa
ciudad contando todo lo que había ocurrido con Jesús, en esto se les acercó y
se puso con ellos pero no le reconocían, Jesús les pregunta que hablaban y le
contaron:
« ¿De qué discutís
entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno
de ellos llamado Cleofás le respondió: « ¿Eres tú el único residente en
Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les
dijo: « ¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un
profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo
nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le
crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel;
pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso
es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de
madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta
habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también
algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres”.
Cuando Jesús hizo amago de irse le dijeron «Quédate con nosotros, porque atardece y el
día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se
puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se
lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él
desapareció de su lado.
Se dijeron uno a otro:
« ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en
el camino y nos explicaba las Escrituras?»
A Jesús le reconocieron al partir el pan y en la escucha de
la Escritura, que a nosotros nos ocurra lo mismo en nuestras vidas, que notemos
esa cercanía y esa presencia.
Javier Abad Chismol
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