EL SEÑOR VIENE A
SALVARNOS
Celebramos la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén. El
Señor viene a nuestro encuentro, se hace presente en nuestras vidas, pasa por
nuestro lado, lo hace de la misma manera que hace dos mil años, no lo hace con
discreción, no lo hace a escondidas, lo hace públicamente.
Muchos salen con ramos y palmas, festejan que el Señor ha
estado grande con nosotros y que por eso estamos alegres, ¡Hosanna al Hijo de
David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Muchos mirarán con asombro por las calles, otros con cierto
aire burlón, otros con indiferencia, pero muchos le miramos con alegría y gozo
porque el Señor viene a nosotros, porque el Señor no se cansa de nosotros,
porque cada año viene de nuevo para anunciarnos el camino de la salvación, y de
nuevo también morirá por cada uno.
La bendición del Señor se hace presente, el designio
salvífico de Dios se renueva, y también la oportunidad de caminar de nuevo
hacia la Pascua, de quedar purificados de nuestros pecados, de poder volver a
empezar de nuevo porque es Él el que carga con nuestras culpas.
El Señor nos ha dado todo lo que necesitamos para que podamos
reconocerle y ser buenos enviados de Cristo al mundo para que seamos testigos
de la verdad, para abatir a la mentira y al mal. Nos ha dado la palabra para
dar aliento y ánimo al abatido, para ser transmisores de la palabra, es el
Señor el que lo hace, es un milagro patente que el Señor nos da la fuerza, la
fuerza de una Palabra que es viva y eficaz. Una Palabra que es capaz de
transformar nuestras vidas y darnos “un corazón de carne” abierto al amor y a
la entrega al modelo de Jesús, quien nos dio todo a cambio de nada.
Como dice Isaías el Señor nos ha abierto el oído para que
reconozcamos su voz, para que no nos resistamos y nos echemos atrás, nos ha
dado la fuerza y la valentía.
El Señor ha seguido adelante en la misión que el Padre le ha
encomendado, y a Él al igual que a nosotros nos insultan, nos persiguen y nos
calumnian. Podemos seguir adelante en el camino de la evangelización, no
importan los ultrajes, ni la persecución, porque no podrán contra nosotros,
estamos junto al Señor, y el es nuestro alcázar y nuestro refugio.
En el aparente fracaso está la victoria, después del dolor,
del sufrimiento, de la injusticia, de lo absurdo, aparece la victoria, porque
sabemos que el Señor nunca nos dejará, Él no nos abandonará, el coraje se nos
dará como añadidura junto con la dificultad de la misión encomendada por el
Señor.
Cristo a pesar de ser Dios, se quiso hacer uno de nosotros,
se rebajó de su condición divina, y lo hizo pasando por uno de nosotros, y no
quiso privilegios, ni pertenecer a una casta especial, quiso ser uno más, y
además quiso estar con los más pobres, con los más desfavorecidos, con aquellos
que nadie quiere, nos dio una gran lección de amor y de solidaridad con todo el
género humano. También nos pide a todos nosotros que acojamos a los más
desprotegidos, a los que nadie quiere; a los no nacidos por comodidad y
capricho de unos padres que no quieren problemas, a los ancianos que estén
solos, a los huérfanos, a las personas con problemas y dificultades, a los
enfermos.
Ese es el amor de Cristo, ese es el amor verdadero, pero
ahora bien, no penséis que os responderán con amor todo lo que hagáis por los
demás, porque del amor y la entrega, muchas veces os devolverán mal, un mal en
forma de envidia, de calumnia, de injusticia, de insulto, de incomprensión, de
persecución, e incluso de muerte como le ocurrió a nuestro Señor, y nosotros
que somos sus discípulos no podemos ser menos que el Maestro, seguir a Cristo,
significa estar dispuesto a abrazarse a la cruz.
Cristo se rebajó de su rango, y lo hizo por amor, lo hizo con
el corazón y obedeciendo al Padre, no lo hizo con la cabeza, porque si lo
hubiera hecho con el sentido común no habría ido a Jerusalén, ¿qué no sabía lo
que le esperaba tras su entrada triunfal? Por supuesto que sabía lo que le
ocurriría, pero quiso que se cumpliera la voluntad del Padre.
También nosotros tenemos que aceptar los retos que el Señor
nos pone en nuestra vida, tener paciencia para que se cumplan los tiempos de
Dios, para abrazarnos a la cruz, para tener la firme esperanza de que después
de la cruz y el dolor viene la resurrección y la vida.
Escuchar y contemplar la pasión de Jesús es vivir, recordar y
actualizar el gran amor que el Señor nos tiene a todos nosotros, porque somos
hijos queridos y amados de Dios, que cuando el Señor pase por nuestras vidas
podamos afirmar con alegría y con cantos ¡Bendito el que viene en el Nombre del
Señor!
Javier Abad Chismol
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