Reflexión del lunes de
la IV Semana de Cuaresma
23 de Marzo de 2020
El profeta Isaías nos habla de regocijo, de alegría, de un
cielo y una tierra nueva, del antes y el después del encuentro con el Creador. El
hombre, el pueblo que caminaba en la tiniebla vio la luz del Señor, muchas
veces andamos a oscuras, y nos sentimos abatidos ante las circunstancias de la
vida, ciertamente desbordados cuando perdemos el control de nuestra vida,
cuando se tambalean nuestras seguridades, pero la fe en el Señor nos lleva a
creer que después de la tempestad viene la calma, que todo lo podemos con Dios,
y que nuestra tristeza, nuestro llanto se convertirá en alegría cuando llegue
un mundo nuevo.
Nos dice Isaías: “No
habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues
morir joven será morir a los cien años, y el que no alcance los cien años será
porque está maldito.”
Una invitación a la confianza y a la esperanza, que tanto nos
falta en este tiempo de incertidumbre, nuestro auxilio, nuestro consuelo es el
Señor porque es nuestra salvación es nuestra roca, el señor es nuestra fuerza. Palabras
de fe, de confianza, de consuelo, hoy más que nunca Dios sigue estando presente
en nuestras vidas, aunque nos cueste reconocerlo tengamos la confianza que no
nos deja de la mano.
Jesús sabe que en ocasiones somos duros de cerviz, que
incluso teniendo al Salvador delante no somos capaces de reconocerlo, por eso decía
que nadie es Profeta en su tierra, porque nos llenamos de prejuicios hoy
pedimos al Señor liberarnos de ellos y acudir al único que puede curar y sanar
nuestras heridas.
Se le acerca un funcionario cuyo hijo está enfermo de muerte,
el Señor le cura porque tiene fe, no por contentar a los incrédulos, lo que nos
cura, lo que nos salva es la fe. Esa misma fe debemos tener nosotros y le
pidamos que nos de esa gracia se seguir aun en la dificultad y la incertidumbre,
el Señor nunca nos deja de la mano.
Javier Abad Chismol
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