EL PODER DE LA FUERZA
DE DIOS EN LA LUCHA CONTRA EL MAL
El ser humano vive siempre en una contradicción, es algo así
como una lucha de voluntades y de actitudes, entre lo que debe hacer y lo que
hace, y tenemos que reconocer que muchas veces no somos coherentes con lo que
promulgamos.
Vivimos en una tensión para controlar nuestra voluntad,
incluso porque los peores enemigos nuestros somos nosotros mismos, porque
muchas veces no somos capaces de decidir lo que nos conviene, o porque nos
dejamos llevar por lo más cómodo o fácil.
Es lo que escuchamos en el libro del Génesis, la tensión y la
consecuencia del pecado, en este caso la desobediencia a Dios y sus
consecuencias, su vergüenza, por eso Dios busca a Adán y a Eva, y se escondían porque
estaban desnudos y porque sabían que habían pecado, habían desobedecido a Dios,
habían hecho caso al maligno que les proponía ser como Dios y dueños del bien y
del mal, de su conciencia, y que podían decidir y vivir sin Dios.
Es la misma tentación que tiene todo ser humano, un querer
ser independiente, un sentirse libre al margen de nadie, pensando que de esta
manera será feliz. Tenemos siempre que sopesar las consecuencias de nuestros
actos, y solo a la luz de la verdad quedaremos libres del engaño.
De lo que vivimos, de lo que creemos, es de lo que realmente
podemos hablar, la experiencia de fe nos lleva a la gracia, y la gracia a la
acción y al testimonio, no se puede dar lo que no se tiene, no se puede hablar
de lo que no se ha vivido como experiencia personal de encuentro con Dios.
Aunque nos cueste entender todo lo que ocurre alrededor, todo
es para nuestro bien, por eso nuestra vida tenemos que vivirla como una gracia
y como una misión encomendada en nuestra vida. Aunque se destruya nuestra
morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, es una morada que
no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos, esa es
nuestra esperanza.
El Espíritu Santo habita en nosotros, somos su templo, es
gracia y es regalo que debemos valorar de verdad y de corazón. Cristo vino al
mundo para redimirnos de nuestros pecados, pero también para que no
infravaloramos en poder del mal, del pecado, por eso necesitamos de la gracia y
de la fuerza del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, y que hará
que veamos a Dios en la tarea que el Señor nos encomiende.
Javier Abad Chismol
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