Domingo XVI del Tiempo Ordinario Ciclo A

NO HAY OTRO DIOS



Reconocer a Dios como el Señor de nuestra vida, y no hacerlo por ningún tipo de servilismo, es hacerlo por amor, un amor que solo se experimenta al sentirse amado de Dios, el que da sentido a nuestro vivir, el que hace que todo lo que vivimos y sentimos tenga sentido, aquello que nos da ganas de seguir adelante a pesar de la dificultad y de la adversidad.

No busquemos otros dioses, ni los fabriquemos, ni juguemos a ser nuestros propios creadores, porque entonces nos  creeremos ser lo que no somos, nos inventaremos un prototipo de hombre, de sociedad, que no es real, que es fruto de nuestra soberbia de querer ser como Dios, o de querer incluso superarlo, pisarlo o anularlo, y creernos así los amos, de ser poderosos y dueños del mundo.

El Espíritu viene a nosotros para ayudarnos a seguir adelante, para que sea nuestro aliento y nuestra esperanza, el Espíritu suple nuestra debilidad, y nos ayuda a vencer la tentación del pecado que nos lleva a la soberbia, a la autosuficiencia, y de esta manera, vernos como hijos  necesitados del Padre, no por sumisión, sino por entrega y así darnos cuenta de que en la debilidad está la fortaleza. El Señor escudriña nuestros corazones y nos transforma para encaminarnos a la salvación.

Pero mientras llega el momento, el hombre justo y el impío viven juntos, el trigo y cizaña, el bien y el mal, y debemos seguir adelante, y esperar que el Reino de Dios vaya llegando a nosotros. Uno puede tener buenas intenciones en su obrar, pero el maligno siembra el pecado, la cizaña, y en muchas ocasiones destruye las buenas intenciones. Cuantas veces las buenas obras de generosidad o de servicio a los demás se estropean y acaban siendo corrupción, el mal hace mella en nosotros y arruina los buenos proyectos.

Pero también nos dice el Señor que tenemos que convivir con el pecado y la miseria, y que siempre hay oportunidad de redención mientras hay vida, y por eso el trigo y la cizaña deben crecer juntos hasta el día de siega, del juicio.

El Reino de Dios crece en el mundo y en nosotros, solo tenemos que dejar que este actúe en nosotros, es como el grano de mostaza, que aunque es pequeño, crece y se hace un árbol majestuoso.

Escuchemos la Palabra de Dios, no dejemos que triunfe el mal de nosotros, seamos valientes en nuestras decisiones, no hay otro Dios, que no nos engañen, y dejémonos llenar del Espíritu para que nos guie por el buen camino y nos de valentía para vivir en un mundo que parece muchas veces que este perdido, que nos hace incluso perder la esperanza en el ser humano. Sigamos el rumbo que lleva al sentido de la vida y a su vez creamos en la justicia divina que es la verdadera y que llegará al final de los tiempos.

Javier Abad Chismol


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