PECADO Y PERDÓN
Plantearse el perdón hoy en día es ambiguo, y lo es porque no
está claro el significado de pecado, y por este motivo nos invade el
relativismo de la ambigüedad del pecado, es decir, de lo que está bien o está
mal. Ese mal salpica a nuestro mundo, pero también a los cristianos, creando un
creyente no practicante, que presume que esa actitud es más evolucionada que
aquel que se esfuerza en cumplir preceptos.
Cuando católicos, o que dicen serlos, quieren jugar a ser
progresistas para justificar que todo puede estar bien, y que si no es así, se
es un antiguo o un involucionado es entonces cuando se puede caer en a la
tentación de buscar un pacto con el pecado y con lo inmoral aun diciendo creer.
Por ello lo primero para alcanzar el perdón es cumplir la Ley
de Dios, y reconocer la culpa, cuando se reconoce la infidelidad y el
alejamiento es cuando empieza la conversión.
Para poder llevar a esto a término hace falta una buena dosis
de humildad y de servicio, como la mujer pecadora que se puso a los pies del Señor,
y le enjugo los pies con un perfume caro que es el valor de la sencillez, junto
a las lágrimas de la pena y del amor, ese es el camino que nos puede llevar a
la redención copiosa de nuestras faltas y entonces merecer el perdón de Dios,
no con nuestros méritos, sino por la grandeza de las maravillas que el Señor
obra en cada uno de nosotros.
No nos justifica nuestra fuerza ni nuestros méritos, propios
de la creencia del hipócrita y el cumplidor de ley, la Ley verdadera libera al
hombre, no por cumplimiento obligado, sino por salvación plena del amor en
Cristo que nos lleva de la muerte a la vida y a la resurrección.
Si nuestro arrepentimiento es sincero se dará en nosotros la
gracia de la conversión, de girar el rostro al mundo para poder agradar a Dios
con un corazón sincero que es lo que en definitiva ama el Señor.
Javier Abad Chismol
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