SEÑOR, DANOS SIEMPRE DE ESE PAN
El hombre siempre quiere vivir con seguridades, no se resigna
a vivir con temor o con incertidumbre, queremos poder respirar tranquilos, no
tener miedo a perder el trabajo, nuestro status, nuestros seres queridos, todo
aquello que hemos conseguido. Queremos salud, nos anclamos en la llamada sociedad
del bienestar, nuestras necesidades cubiertas, y el resto basado en la cultura
del ocio.
Ese es el gran error, querer estar instalado y nada de
sufrir, pero eso no es la vida, esa no es la condición natural del hombre, un
hombre que fabrica y engaña a la sociedad haciéndole anhelar y creer en lo que
no es posible, una especie de mundo idílico.
Nos anclamos en lo material y corporal pero abandonamos la
dimensión más importante de la persona, la fundamental, la espiritual, nos
preocupamos de dar de comer nuestro cuerpo, de tener cobijo, de nuestras
seguridades, pero luego dejamos nuestra alma, nos alimentamos de lo que caduca,
pero no alimentamos lo fundamental.
Los israelitas se enfadaron con el Señor y con Moisés porque
les habían sacado de la esclavitud de los egipcios pero ahora morían de hambre
en el desierto, llegaron incluso a odiar la voluntad de Dios. También nosotros
nos pasa que cuando decimos si a Dios, cuando nos abrazamos a su voluntad
creemos que todo nos tiene que ir bien, y estamos muy equivocados, el sí al
Señor es una cuesta hacia arriba, llena de obstáculos, primero por morir a
nosotros mismos y después por la incomprensión y el rechazo en el mundo.
Tenemos que revestirnos del hombre nuevo, morir al hombre
viejo, eso significa cambio y conversión, no queramos decir si a Dios pero
luego vivir como los no creyentes, lamentarnos por lo mismo, vivir como si Dios
no existiera y construir nuestro reino y poder en el mundo. El creyente tiene
que diferenciarse del incrédulo en su forma de afrontar los avatares de la
vida.
Jesús nos dice que no busquemos el alimento terreno solo, que
no nos saciemos sin más, que nos acerquemos a él con confianza, no por los
milagros, por el poder, por los grandes signos, pidamos al señor el pan del
cielo, aquel que perdura y nos lleva a la vida eterna. Es el alimento de
nuestra alma que hace seguir adelante a pesar de las dificultades y además
hacerlo con valentía y con esperanza.
Javier Abad Chismol
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