XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO
Los
libros de la Sabiduría nos enseñan a saber vivir y saborear la vida, a
vivirla y no a malgastarla, vivir vida no es consumir vida. Nuestra
existencia es tan efímera que parece una vela que se consume sin
remedio.
Que nuestra vida esté llena a manos plenas de cosas que valgan la pena, que sintamos de corazón que nuestra vida tiene sentido y para ello tenemos que aprender a vivir desde la sabiduría de Dios y no de los hombres.
El orgullo y la autosuficiencia es lo que pierde al hombre, lo que le hace sentirse como un dios, así como el afán el poder de dominación sobre los bienes de la tierra y sobre las otras personas, eso es lo que esclaviza al hombre y le hace ser necio. Esa no es la actitud para entrar en el Reino de los cielos, ese es el camino que nos lleva a las tinieblas y al pecado de la soberbia.
El humilde en cambio busca el agrado ante Dios en su vida y la opinión de los hombres y el mundo se quedan en un segundo plano.
Dios abre las puertas de la ciudad de Jerusalén a los pobres y humildes de corazón, es decir, aquellos que se sienten necesitados de Dios, que en su pequeñez ven la grandiosidad de Dios, es la familiaridad que Él nos ofrece.
Cuando se nos invite a la boda no debemos ponernos en los lugares preferentes, no sea que haya un invitado más importante que nosotros y nos hagan levantarnos y quedemos en ridículo delante de todos.
Aceptad la voluntad de Dios con humildad y sencillez, no haciendo lo que a mí me agrada sino lo que agrada al Padre del cielo. Buscar la misión encomendada por Dios es aceptar el puesto que tenemos reservado en la vida, sabiendo que nuestros caminos no son sus caminos y que los que quieran ser primeros que se pongan los últimos, que sea el Señor el que te ponga en los puestos de arriba y así sabrás que es el Señor es el que actúa y no tu propio ego.
Aprendamos la gran lección de la humildad y el servicio y descubriremos lo que es estar cerca del Reino de Dios.
Javier Abad Chismol
Que nuestra vida esté llena a manos plenas de cosas que valgan la pena, que sintamos de corazón que nuestra vida tiene sentido y para ello tenemos que aprender a vivir desde la sabiduría de Dios y no de los hombres.
El orgullo y la autosuficiencia es lo que pierde al hombre, lo que le hace sentirse como un dios, así como el afán el poder de dominación sobre los bienes de la tierra y sobre las otras personas, eso es lo que esclaviza al hombre y le hace ser necio. Esa no es la actitud para entrar en el Reino de los cielos, ese es el camino que nos lleva a las tinieblas y al pecado de la soberbia.
El humilde en cambio busca el agrado ante Dios en su vida y la opinión de los hombres y el mundo se quedan en un segundo plano.
Dios abre las puertas de la ciudad de Jerusalén a los pobres y humildes de corazón, es decir, aquellos que se sienten necesitados de Dios, que en su pequeñez ven la grandiosidad de Dios, es la familiaridad que Él nos ofrece.
Cuando se nos invite a la boda no debemos ponernos en los lugares preferentes, no sea que haya un invitado más importante que nosotros y nos hagan levantarnos y quedemos en ridículo delante de todos.
Aceptad la voluntad de Dios con humildad y sencillez, no haciendo lo que a mí me agrada sino lo que agrada al Padre del cielo. Buscar la misión encomendada por Dios es aceptar el puesto que tenemos reservado en la vida, sabiendo que nuestros caminos no son sus caminos y que los que quieran ser primeros que se pongan los últimos, que sea el Señor el que te ponga en los puestos de arriba y así sabrás que es el Señor es el que actúa y no tu propio ego.
Aprendamos la gran lección de la humildad y el servicio y descubriremos lo que es estar cerca del Reino de Dios.
Javier Abad Chismol
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