LA RESURRECCIÓN DEL
SEÑOR
¡ALELUYA! CRISTO HA
RESUCITADO
Hoy el anuncio de la Pascua resuena en nuestros corazones, en
toda la Iglesia, es la alegría plena que nos da la resurrección de Jesús,
Cristo ha vencido a la muerte, ha vencido a las tinieblas, a la oscuridad y al
pecado, y por lo tanto viene a rescatarnos, él es nuestra esperanza, nuestro
consuelo y nuestra salvación, porque ha vencido a nuestro gran enemigo que es
la muerte.
Después de vivir con intensidad los días de la pasión del
Señor, hoy contemplamos su gloria, hoy se transforma nuestra tristeza en
alegría plena. Nuestra vida cotidiana va íntimamente unida a lo que significa
la muerte con la derrota, la muerte se convierte en el final, es la desesperación
del fracaso. Todo el género humano quiere controlarlo todo, no quiere que nada
se le escape, y ante la muerte solo está la resignación o el conformismo.
La Pascua es para todos los cristianos signo de nuestra fe en
que la vida no termina junto al sepulcro, de que estamos llamados a trascender
nuestra existencia terrena para poder así llegar a una plenitud plena, en
definitiva dar la vuelta al sufrimiento, al dolor, a la injusticia y a la
muerte, para que se convierta así en gozo.
Hoy transformamos la huida, el miedo, el abandono, la
traición, en vida de esperanza, hoy oímos las palabras del Señor en nuestro
corazón, hoy le escuchamos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, en que cree
en mí, aunque haya muerto vivirá, ¿crees esto?
Hoy queremos ser como esos curiosos que se acercaban a los
discípulos para ser curados, curados sobre todo de la incredulidad y de la
ignorancia, una ignorancia que nace de la arrogancia del ser humano que no se
deja curar por el Señor. Los milagros solo son posibles si tenemos la fe
suficiente para que sea así, es decir, ver las maravillas de la humanidad desde
la clave del amor bondadoso de Dios.
Tenemos que ser crédulos y no incrédulos, salir de nuestro
poderoso ego anclado en la razón para ser hombres y mujeres de fe, que no nos
pase como Tomás, hasta que no toco no creyó, luego vinieron las lamentaciones
por no fiarse, pero es que no nos acabamos de fiar, nos falta fe.
Hoy nosotros al igual que los apóstoles buscamos los bienes
de allá arriba, ponemos nuestra esperanza en aquello que trasciende, y hoy por
lo tanto estamos dispuestos a morir por Cristo, porque morir es vivir, y vivir
sin Cristo es la muerte que no tiene cura. Que escuchemos las palabras de Jesús
en nuestras vidas,
¡PAZ A VOSOTROS!
Javier Abad Chismol.
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