TÚ TIENES PALABRAS DE
VIDA ETERNA
Semana XXI del Tiempo Ordinario
(B-2012)
Todos tenemos la tentación de fabricarnos nuestros propios
dioses, de crear ídolos que se convierten en idolatría a la que pedir, a la que
llorar o a la que implorar. El hombre vive en una existencia que es un
misterio, el misterio de la vida, de su existencia, de su sentido, de su
nacimiento y de su muerte.
¿A quién seguiremos? ¿Al único Dios verdadero que nos marca
el sentido de nuestra vida o a dioses falsos fabricados por nosotros que se
convierten en sucedáneos? No queremos al verdadero Dios, pero sí que queremos
seres sobrenaturales, aclamaciones, queremos en definitiva esperanza, no
creemos en la otra vida pero nos empeñamos en hablar con nuestros seres
queridos difuntos, no creemos en Dios pero si en los astros y en la
adivinación, en el fondo no creemos en nada, creemos en nuestra propia ilusión
mental aquella que nos pueda dar un aliento de esperanza o de ilusión, pero
todo en definitiva es vanidad si abandonamos al único y verdadero Dios.
Todo puede tener una solución y esto pasa por amar a la
Iglesia, ¿y por qué a la Iglesia? Porque es la que nos marca el rumbo correcto,
no por ella misma, sino por el impulso del Espíritu Santo, Cristo es la Cabeza
y la Iglesia es su Cuerpo. Amamos la Iglesia no en cuanto hombres sino en
cuanto voluntad del Padre, que quiso encarnarse mandado a su Hijo y creando ese
puente de unión con los hombres que se da en los sacramentos por medio de la
Iglesia.
La plenitud plena se nos da en la Eucaristía, en Cristo que
se entrega por nosotros, él es el Pan de Vida, le necesitamos como viático,
como pan para el camino. Muchos no lo quisieron seguir, no lo quisieron
reconocer, negaron al verdadero Dios para caer en manos de la idolatría y de la
comodidad, que sepamos optar por la verdad plena, la que nos conduce a la
salvación y tiene semillas de vida eterna.
Javier Abad Chismol
A continuación para los que queráis seguir la lectura de la semana XXI del Tiempo Ordinario (B-2012, 26 de agosto) podéis leerla también en este bloc:
Primera lectura |
Nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios! Lectura del libro de Josué (24, 1-2a. 15-17. 18b) En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: — «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.» El pueblo respondió: — «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!» Palabra de Dios |
Salmo responsorial |
Sal 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23 (W.: 9a) R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloria en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R/. Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. R/. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. R/. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor; él cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. R/. La maldad da muerte al malvado, y los que odian al justo serán castigados. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él. R/. |
Segunda lectura |
Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5, 21-32) Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante si gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Palabra de Dios |
Aleluya |
Aleluya
cf. Jn 6, 63c. 68c Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna. |
Evangelio |
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
+ Lectura del santo evangelio según san Juan (6, 60-69) En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: — «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: — «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: — «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mi, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: — «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: — «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.» Palabra del Señor |
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